El local de comida judía donde compraba Tato Bores y Moldavsky llama “su lugar en el mundo” - LA NACION

2023-01-10 18:46:37 By : Ms. Jing Lin

Son las tres de la tarde de un miércoles primaveral y en la puerta de un histórico local ubicado en la concurrida Avenida Córdoba al 2495, en el barrio de Balvanera, se ha formado una larga fila. “¿Quién sigue? ¿Estás atendido?”, consulta Jaco, mientras envuelve un pedido con media docena de Lajmayín (empanadas circulares abiertas de carne). Gabriel, un habitué de la casa, le encarga para el almuerzo en la oficina dos boios de verdura y un par de quipes. “Los llevo calentitos maestro”, expresa. Enseguida, le preparan el pedido.

De un elevador montaplatos (que se convirtió en marca registrada del lugar) descienden bandejas repletas de falafel y kniches de papa recién preparados. De fondo suena el teléfono (una y otra vez). “Helueni”, responde Moises y toma nota de varios de los pedidos especiales para Rosh Hashaná (Año Nuevo Judío), que se celebrará pronto. “Hace semanas que estamos elaborando mercadería para la fecha. Es impresionante lo que se trabaja para las Fiestas: diez veces más que un día común. Hay mucha concurrencia. Nos volvemos locos”, afirma, entre risas, Don Alberto Helueni, detrás del mostrador. Incluso, cuenta que los días previos suelen armarse en la entrada de su negocio colas (de más de media cuadra) para retirar las especialidades. “Son un clásico del barrio. Cuando era chiquito con mi padre veníamos los domingos a buscar el almuerzo familiar. Ahora sigo la costumbre con mis hijos”, confiesa Edgardo, mientras saborea una fatay sentado en la barra. De postre, se tentó con un bombón con nueces y dulce de damasco. Como él son varios los que hace más de medio siglo visitan este clásico de la zona del Once.

Mientras acomoda los estantes con variedad de especias, Alberto cuenta que “Helu”, significa dulce en árabe y “Eni”, ojos. “Nuestro apellido, en realidad, es Mansura, pero cuando mi abuelo llegó a Buenos Aires y pasó por migraciones lo inscribieron así. Él no sabía hablar español y les intentó explicar a los oficiales de inmigración sobre su oficio en Alepo, Siria, diciendo: “hago dulces para los ojos”. Desde entonces somos Helueni”, relata. Su abuelo, Don Abraham, nació en el seno de una familia numerosa (siete hermanos) y a principios del siglo XX emigraron a “La América”. Trajeron bajo el brazo la profesión de panaderos y varias recetas de antaño. “Primero llegó su hermano mayor, Salim, y al ver que el país era próspero y con oportunidades incentivó al resto a venir. Mi abuelo arribó en 1925″, rememora su nieto.

Los hermanos se instalaron en el centro porteño y, al poco tiempo, abrieron las puertas de dos emprendimientos gastronómicos. El de Salim estaba ubicado en una antigua casona con horno en la calle Tucumán (entre Paso y Pueyrredón). Mientras que el de Abraham era un almacén (en la calle Larrea) con variedad de productos sueltos y al peso. “Arrancaron bien de abajo. Con los años empezaron a hacerse conocidos en el barrio. El almacén era un punto de encuentro de la comunidad. Mi abuelo, al que le decían Brahim, siempre estaba bien vestido en la caja. Cuando llegaban los amigos y los clientes solía servirles el típico café oriental en la pavita de cobre. De fondo, nunca faltaba la vitrola con música”, describe.

En “El horno de Helueni”, como habían bautizado al local llegaban clientes de toda la ciudad. Incluso muchos solían acercarse con los rellenos de sus empanadas para que se las terminaran de armar y hornear allí. En la década del 70 se vendían muchas frutas secas para las mesas dulces de bodas y los Bar Mitzvah. Entre ellas dátiles, damascos, ciruelas y pasas.

Jacobo, uno de los hijos de Abraham, de jovencito incursionó en el rubro. Durante muchos años acompañó a su padre en el negocio familiar hasta que en 1964 apostó a abrir su propio local de “Helueni”- delicias árabes orientales en la calle Paso 687. En la cocina lo acompañaba su mujer, María, quien tenía gran talento culinario. Al tiempo, sumaron cada vez más productos: fiambres, embutidos, quesos y conservas, empanadas (abiertas y cerradas), boios, kniches de papa, zapallitos rellenos, cebollitas caramelizadas, yabra (hoja de parra) y variedad de confituras. “Yo tenía doce años y siempre me acuerdo que cuando salía de la escuela papá me llevaba al negocio para que aprendiera. Durante las vacaciones estaba metido acá todo el día. Sin pensarlo, me fue atrapando y acá sigo”, reconoce, entre risas. Hoy, junto a su hermano Moises y su sobrino Jaco, continúan con las mismas recetas de herencia.

En 1992 se mudaron a su ubicación actual: un local pequeño con alargado pasillo, mostradores a la vista y heladeras exhibidoras. Desde entonces, el naranja de las paredes se transformó en uno de sus colores más representativos. También el cuadro con la icónica foto de The Beatles cruzando Abbey Road; una pintura de los hermanos y varias fotografías familiares (desde el casamiento de sus padres hasta un joven Abraham cantando, otra de sus pasiones). De aquellos años, Alberto recuerda, con lujo de detalles, el atentado a la embajada de Israel en Argentina y luego el de la AMIA en 1994. “Fueron días difíciles y de mucha tristeza. Acá, por ejemplo, bajó mucho el trabajo ya que prácticamente no había reuniones sociales”, reconoce, mientras saluda a un habitué que le encargó una docena de quipes (con carne molida, trigo burgol y variedad de especias). “De acá me voy directo a la cancha a ver a River”, cuenta con su paquete en la mano. En Helueni son fanáticos de Boca Juniors y siempre suelen hacerse “chistes” sobre los resultados de los partidos. “Estar acá para mí es un placer, me encanta la parte social: discutimos de fútbol, política, religión, pero siempre sanamente. Riéndonos, pasando un momento agradable. También hablamos de nuestros problemas. A veces, me siento psicólogo. Después de tantos años somos amigos, como una familia gigante. Muchos me conocen desde que era chiquito”, agrega Alberto.

En el sector de la cocina están elaborando la salsa agridulce “secreta” para las codiciadas Lajmayín, una de las vedettes de la casa. Tiene aproximadamente seis horas de cocción a fuego lento y entre sus ingredientes se destaca el tomate, azúcar, sal, variedad especias y extracto de tomate. Luego, se mezcla con la carne molida (Kosher) y se rellena la masa casera de forma circular. Por último, llega el toque final del horno. “Las lajma son el producto más popular. Hay clientes que vienen desde muy lejos a buscarlas y no las cambian por nada”, asegura Alberto. Los boios también son los preferidos de los parroquianos. Pican en punta los de verdura; queso; berenjenas y los kniches con cebolla picadísima y papa. En la lista, no pueden faltar las “rosquitas” con anís y sésamo. Cuentan que el Dr. Máximo Ravenna “tenía debilidad por ellas”. Para el momento dulce, muchos adoran el Baklawa (con masa philo, nueces picadas, azúcar, almíbar, canela y agua de azhar); y el Mamul de nuez con azúcar impalpable y esencia de vainilla.

“Nuestros productos son artesanales y los elaboramos con la misma dedicación de siempre. Uno de nuestros secretos es que está todo hecho en el día. Mi viejo nos inculcó la importancia de utilizar buena materia prima. Él era muy exigente y siempre remarcaba que al cliente había que darle lo mejor.

Siempre nos decía: “Acá la gente no viene por la cara que tenemos, sino por la calidad”, confiesa y cuenta que durante muchos años el día de mayor concurrencia era los domingos. “Trabajábamos muchísimo. Los habitués se juntaban en la casa de los abuelos o los padres y siempre tenían la tradición de venir a buscar sus platos favoritos. Abríamos a las ocho de la mañana hasta las cuatro de la tarde y no quedaba nada de mercadería. Arrasaban con todo”, reconoce, orgulloso. Actualmente, los viernes son la estrella de la semana.

Por Helueni han pasado más de tres generaciones. “Todos los clientes de acá son como familia. Hay muchos que los conozco desde que eran pequeños y que ahora son padres e incluso otros abuelos. Es muy gratificante”, reconoce Alberto. Allí también se han acercado personalidades de la farándula, políticos, actores y deportistas. Desde Tato Bores, el doctor Ravenna, Chiche Gelblung, Nacha Guevara, Ana María Picchio, Mariano Chihade, pasando por Carmen Barbieri, entre otros. Don Alberto recorre el salón y recuerda algunas anécdotas. “Una amiga de Susana Gimenez le llevó nuestro Lajmayin a la diva de la televisión para que lo pruebe. Le gustó tanto que dijo: ``esto es un manjar”. Otro habitué es el actor y humorista Roberto Moldavsky, lo llama “su lugar en el mundo”. “Viene siempre, es un amigo de la casa. Todos los viernes antes del teatro pasa a buscar nuestro Jalá”, cuenta. Recientemente al emblemático local lo han mencionado en la serie “Iosi, el espía arrepentido”. En uno de los capítulos el personaje de una señora de una camisería del barrio dice: ¿Probaste los bohios de Helueni” y enseguida afirma que si “No conocés Helueni, no conocés el Once”.

“Para las Fiestas nos encargaron un montón de pan Jalá. En estas fechas su forma es circular para que el año sea bien redondo”, concluye Alberto. En unos días los habitués le desearán ¡Shaná Tová!, buenos augurios para el nuevo año que se avecina.

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